El irremediable final de la sucesión de rostros juveniles vacíos de inocencia acaban con la muerte del viejo y sufriente niño-arlequín, surgiendo una obra excepcional en la producción de Picasso, si no a nivel estrictamente iconográfico, sí a nivel temático y de posible significación. En cuanto a la prácticamente ausente falta de innovación en la disposición de los elementos, hay que tener en cuenta como claro precedente La muerte de Casagemas de 1901, realizada tras el golpe que supuso el inesperado y traumático suicidio de su amigo. Pero también otras, como el casi desconocido dibujo titulado El Muerto, que sirve de transición, o La Evocación (también titulada El entierro de Casagemas), volviendo a la cuestión del suicidio.
El resultado de una serie de dibujos preparatorios sobre la muerte de Arlequín, a lo largo de 1905 y principios de 1906, desembocaron en la acuarela definitiva, donde se fijan y se eliminan los diferentes elementos compositivos con los que Picasso venía jugando en sus ensayos en tinta china. La escena inicial de luto, con varios elementos meramente anecdóticos se fue simplificando, aunque en esencia permaneciera casi inviolable.
Ante la, entre comillas, ingenua obra sobre la muerte de Casagemas, en la que sencillamente plasma el rostro del cadáver de su amigo como la realidad más cruda, teñida de una estética de exaltación colorística propia del Van Gogh más lunático, aparece la casi simbólica Muerte de Arlequín. Según la mayoría de los estudiosos la complicación de la escena no prevalece en su composición o elementos, sino en la prueba definitiva de que Arlequín, ahora muerto, es el alter ego de un Picasso que le asesina abiertamente, quizá en busca de nuevas soluciones, quizá no tan lejos de la crítica a la alienación de uno mismo, y de los demás.
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